Resulta que ella trabaja en un bar "poniendo tostadas" y que su amante es el compañero que "sirve los cafés" .
Nos dijo que el porrazo en la puerta lo dio a la vez que clavaba un cuchillo en la misma con la otra mano. Toda la escena delante de su hijo de 9 años que corría llorando de las piernas del padre a los brazos de la madre.
Acto seguido, nuestro hombre, terriblemente dolido, se encaminó al domicilio del amante y le contó lo sucedido a la esposa de aquél, en presencia de sus hijos que ignoraban los hechos. El hijo mayor, de 25 años, juraba que mataría al padre cuando lo viese.
Luego se fue al bar, a ver a su rival para que le diese mas datos de la verdad. Éste le confirmó que llevaban mas de un año.
Cuando el humillado le planteó al encargado de las dos palancas de la maquina de café, que se tendría que llevar a su mujer para evitar la imposible convivencia, ya que él había decidido quedarse a vivir en su casa , el amante le solicitó dos o tres meses para organizarse.
Así que, aunque parezca kafkiano, continúan viviendo en la misma casa, mientras gestionan el divorcio.
Nos contó que llevaban 20 años casados, que tenían tres hijos, la mayor de 19, empelada en un Mcdonnal, uno de 15 y el menor de 9 años.
Que se casaron cuando ella tenía 14 años y el 17.
Que llevaba varios días sin dormir ni comer, desde que descubrió la infidelidad.
Le pesaba que su mujer ni siquiera le hubiese pedido perdón al descubrirla. Que, de haberlo hecho, posiblemente la hubiese perdonado.
Recordaba con amargura como hace años habían acordado, como muchas parejas, que si alguna vez se enamoraban de otra persona que lo hablarían, antes que engañarse. Pero no había sucedido así y eso le dolía en el alma.
Mercedes y yo le aconsejamos como mejor pudimos. Que olvidase la violencia. Que se comportase serenamente. Que el dolor intenso lo llevase por dentro. Que procurase ser un digno ejemplo para sus hijos. Que confiase en que la vida, dentro de poco, le tendría reservada una nueva vida feliz junto a otro nuevo amor. En fin, poco mas.
Lo llamaron a la sala de curas y al poco, a mí. Mientras me extraían sangre para la posible operación, me gastó la broma de lo grande que era la aguja que me iban a clavar, ya que me había oído confesar a la enfermera mi pánico a las extracciones.
Mercedes salió a darle ánimos -con el brazo derecho ya escayolado- y él le correspondió agradeciendole que eramos las primeras personas con las que podía hablar de lo que le había sucedido.
Y eso es todo, amigos. Sería muy interesante conocer vuestros comentarios sobre el asunto.
Porque la verdad es que Mercedes y yo, sólo acertamos a mirarnos y resoplar.