I was born under a wandering star (Lee Marvin)
Siempre me inquieta mirar al cielo en noches estrelladas y pensar que muchas de esas estrellas ya no existen.
Que desaparecieron hace tiempo. Para algunas han podido transcurrir unos cuantos años. Para otras, quizás miles o millones de ellos. Depende de su distancia a nosotros.
Las continuamos viendo debido al tiempo que tarda su luz en llegarnos. Esto es, un segundo por cada 300.000 kilómetros, la velocidad de la luz.
También me doy cuenta, en ocasiones, que no es cierto que cada vez que tiramos algo hacia arriba, siempre ha de bajar.
Lo cierto es que si somos capaces de mantenerlo subiendo el tiempo suficiente, a una velocidad superior a 40.000 kilómetros por hora, se saldrá de la fuerza de gravedad. Es la llamada velocidad de escape. La que permite viajar a las naves espaciales.
En esos instantes tomo conciencia de lo insignificante y efímero que debiera resultar lo que sucede aquí abajo.
Sin embargo, a nosotros nos parece definitivo, pongo por caso, que Carme sea ministra de los ejércitos o que a Belén Esteban no le regalen el traje de novia. Sin dudar de la importancia de hechos tan relevantes, sería bueno relativizar un poco las cosas.
Eso no quiere decir que resulte indiferente mejorar las condiciones de vida de los seres humanos en esta minúscula bolita que, para no ser, no ha llegado nunca ni siquiera a estrella. Si acaso, un trozo apagado de una de ellas.
Tengo para mi, que tomando conciencia de nuestra pequeñez en el tiempo y en el espacio, es como seríamos capaces de ser generosos y solidarios.
Que tendríamos la inteligencia suficiente para pensar que no merece la pena ser mezquinos y egoístas.
Ser conscientes de que, incluso el hombre mas importante sobre la faz de la tierra, tampoco deja de ser otra pequeñez.